Para quien no conozca todavía el término, se conoce como “wearables” a aquellos dispositivos electrónicos que llevamos puestos y que se comunican con otros para transmitir la información que recogen.
Los wearables son parte del “Internet de las cosas”, es decir, todos esos aparatos que hoy empiezan a ser habituales y que tiene como función conectarse a Internet para comunicarse entre ellos y realizar tareas de forma automática para hacernos la vida más cómoda. Incluimos aquí aparatos y electrodomésticos de lo más variado, como bombillas, frigoríficos, cafeteras, cámaras de vigilancia, detectores de presencia, de humedad, cerraduras, etc, y todo ello relacionado entre sí y normalmente gestionado por una aplicación desde nuestro teléfono.
Los wearables son pequeños elementos informáticos o dispositivos que incorporan sensores y procesadores. Este tipo de tecnología puede formar parte de la vestimenta habitual del usuario, es decir, de la ropa propiamente dicha, como zapatillas, ropa interior, chaquetas, etc. También pueden los wearables colocarse en el cuerpo y formar parte de él, como pulseras, relojes, collares, alfileres, botones, etc.
El dispositivo siempre va con el propietario y lo sigue a cualquier parte. Los wearables funcionan constantemente o al menos están listos para ponerse en funcionamiento en cualquier momento. La tecnología “para llevar puesta” está diseñada no sólo para recoger, registrar y procesar datos, sino también para interpretar dichos datos y tomar decisiones en nombre del usuario, lo que podría implicar la pérdida del control.
Por ejemplo, algunos wearables diseñados para el entrenamiento físico y su monitorización, son capaces de publicar en redes sociales automáticamente el recorrido realizado corriendo o en bicicleta. No solo muestra el trayecto con exactitud, sino también el horario en el que se ha llevado a cabo. Con una información tan precisa y si además se repite en el tiempo, no será difícil averiguar el lugar de residencia y el horario en el que suele ausentarse la persona que lo comparte.
Y el problema principal no estriba en estas publicaciones que, a priori serían voluntarias y controladas si nos hemos dedicado a configurar las aplicaciones (algo que no siempre ocurre), sino en la cantidad de datos que se almacenan y se transmiten a través de Internet a los administradores de estas aplicaciones.
Los sistemas de seguridad empleados por la mayoría de estos dispositivos no alcanzan los niveles requeridos para garantizar su seguridad. Las exigentes medidas de cifrado de la información en estos dispositivos implican una mayor potencia de procesamiento y ello no es compatible con la esperada reducción del tamaño y el bajo consumo de batería.
La misma transmisión puede ser interceptada por piratas informáticos, por ejemplo a través de aplicaciones maliciosas en nuestros dispositivos, actualmente tan frecuentes. Pero también la compañía que recoge nuestros datos puede ser objetivo de ataques de los hackers, proporcionando a los ladrones información sensible de millones de usuarios de todo el mundo si no implementa las mejores medidas de seguridad.
La información que recopilan estos dispositivos puede ser muy personal. A partir de los datos recogidos por una simple pulsera que monitoriza nuestra actividad física, se puede extraer información sensible, como por ejemplo la forma física del usuario, la cantidad de kilómetros que recorre cada día y el medio de desplazamiento que utiliza, las horas de sueño, el ritmo cardiaco y sus variaciones, etc.
Otro riesgo al que nos enfrentamos es la venta de estos datos a terceros desde la propia empresa administradora de nuestra aplicación. Los dispositivos wearables normalmente necesitan de una aplicación que instalamos en los teléfonos y que hace de puente entre el propio dispositivo e Internet. En la mayoría de las ocasiones, los permisos que concedemos cuando las instalamos son exagerados. Pueden pedirnos el acceso a nuestros contactos, nuestros archivos, fotos, ubicación, etc. La mayoría de ellos no son realmente necesarios para el propio funcionamiento, pero las compañías demandan la mayor cantidad de información personal posible, bien para darnos un “mejor servicio” de publicidad, bien para venderla a terceras empresas que están dispuestas a pagar importantes cantidades de dinero.
El problema es que, como usuarios, tenemos muy poco margen de acción. La mayoría de las veces, o renunciamos a nuestra privacidad o simplemente renunciamos al dispositivo. Solo nos queda esperar a que las organizaciones internacionales que velan por nuestra seguridad se pongan de acuerdo en cómo regular el sector con nuevas normas y cómo exigirlas para que los fabricantes puedan implementarlas.
Algunos ejemplos de wearables actuales, el boom de estos dispositivos no ha hecho más que empezar.
- Yono, para conocer los días más fértiles de la mujer
- QardioCore, wearable para registrar constantemente el ritmo cardiaco, incluso enviar los datos automáticamente al médico.
- Buddy, el collar para perros que monitoriza sus paseos incluso con GPS y se ilumina con leds para hacerlo visible por la noche.
- inTouch, brazalete para la diabetes. Por medio de mediciones continuas utilizando luz infrarroja, monitoriza los niveles de glucosa en la sangre.