A todos nos preocupa la salud. Queremos cuidarnos, comer bien y estar sanos. Además, vivimos en una sociedad sobrecargada de información y saturada de inmediatez. Desde mi punto de vista, esto explica el éxito de las pulseras de actividad que muchos de nosotros llevamos y que nos dicen, entre otras cosas, cuánto hemos andado cada día y qué tal hemos dormido.
Visto ese éxito, siempre hay alguien capaz de ir un pasito más allá y sumar nuevos factores para crear nuevos productos. Al escenario que ya hemos planteado vamos a hacerle un par de cambios: en lugar de nuestra salud, vamos a preocuparnos por la de nuestros hijos pequeños. Y pensemos ahora en los padres primerizos, mar de dudas donde los haya.
Se abre ante nosotros todo un mundo de posibilidades que alguien con visión de negocio puede aprovechar. Es el caso de una empresa valenciana que ha creado una pulsera inteligente para bebés que permite detectar problemas de salud en los pequeños como convulsiones febriles, bronquiolitis, apneas nocturnas o taquicardias.
El cacharrito lleva sensores que miden el pulso, la saturación de oxígeno en sangre y la temperatura para monitorizar en tiempo real las constantes vitales del bebé. Esta información se envía (por Bluetooth si no me equivoco) al móvil de los padres, a través de una aplicación que les da acceso a ella. Y en caso de detectar una complicación, alerta a los padres para que puedan atender al pequeño.
Adicionalmente, la pulsera envía la información a una aplicación a la que únicamente los pediatras tienen acceso. Para entrar se necesita un número de colegiado y una contraseña. Todavía no he llegado a investigar cómo se almacena la información, cómo se vincula al pediatra ni cómo este puede ver los datos ni cómo se realiza exactamente el registro por parte de los médicos (supongo que poniéndome en contacto con ellos podría averiguar algo más).
A título personal, un invento como este me plantea sentimientos encontrados.
Por un lado pienso que puede ser muy útil. Sé que no soy la primera madre que ha hecho mil viajes innecesarios a la cuna para comprobar si el bebé seguía respirando, y eso estando sano así que no quiero ni pensar en las veces que ha estado enfermo. Y estoy segura de que hay situaciones concretas donde algo así puede facilitar la vida de los padres de un bebé enfermo.
Pero por otro lado, hay varias cosas que no me acaban de convencer. La eterna pregunta de las medidas técnicas de seguridad que implementará este sistema: cómo se almacenan los datos, cómo se envían, quién tiene acceso a ellos, si están vinculados al bebé concreto, cómo funciona exactamente el tema de acceso de los pediatras, etc.
Y por último ¿realmente necesitamos toda esa información? ¿Es necesario un cacharrito en la pierna de mi hijo que me diga si tiene fiebre en lugar de tocarle yo en la frente? ¿Es relevante una gráfica con el histórico del pulso del bebé? ¿Necesito, en una situación normal, conocer el nivel de saturación de oxígeno en sangre constantemente?
Debo decir que no tengo nada claras las respuestas a estas preguntas. Nos gusta saber, estamos acostumbrados a manejar información y a saber las cosas casi en el mismo instante que ocurren, pero que sea lo habitual no lo convierte necesariamente en bueno. A veces tengo la sensación de que nos dejamos llevar por la vorágine y perdemos un poco el norte de lo que es realmente importante.
Supongo que el tiempo dirá si estoy siendo demasiado conservadora y el futuro es precisamente estar cada día más conectados en todos los aspectos, o si por el contrario en algún momento echaremos el freno y seremos más cuidadosos a la hora de manejar cierto tipo de información.