La cosa comenzó cuando Roberto Sandoval fue a calzarse aquella mañana de miércoles. Un día cualquiera.
-Adela, no encuentro calcetines limpios. Hace días que no entran en el cajón, y luego están los que me coge Berto. Ayer quedaban dos pares, unos los usé yo, pero hoy no queda ninguno.
-Lo siento cariño. El técnico de la lavadora no ha venido aún. Llevamos cinco días sin lavar. Esta tarde lavaré a mano.
-Eso está muy bien, pero ¿qué calcetines me pongo yo hoy para ir a trabajar?
Hurgó en el desordenado cajón de su hijo buscando una alternativa aceptable, pero no la encontró, y volvió a su cajón. Se quedó mirando con desolación los calcetines amarillos.