Para bien más que para mal tenemos una gran amalgama de utilidades a nuestro alcance repartidas por Internet y demás vías de comunicación. En la mayoría de ocasiones optaremos por trastear un poco en los buscadores de internet y otro par de clics de ratón después tendremos múltiples resultados aparentemente satisfactorios sobre aquello que andábamos buscando, como por ejemplo: nuestra aplicación favorita para editar imágenes, un programa que convierta ficheros de vídeo a audio y así poder descargar tonos en nuestro teléfono, el último single de “Lady Gaga” vía descarga directa, etc. Otras veces directamente se lo pediremos a un amigo que amablemente nos lo proporcionará en un CD-Rom, DVD o Pendrive.
Para aquellos que desconocen los riesgos que conlleva esta a priori tan inofensiva tarea, voy a presentaros un caso real en que al buscar un programa me llevé una sorpresa bastante ingrata.